lunes, 17 de septiembre de 2007

On writing


I am a man who sometimes writes with no reason. Only for the pleasure of writing. Like this moment: I'm writing this in English, although I know that nobody speaks it here in my country. But why? Maybe because I just want to improve my English, or maybe I like this language too much. That's a very concerning issue. I actually don't know why I like this language. I think that when I was a kid I saw a lot of American T.V. programs. And those programs were always in English. It is very funny to remember the things I watched on T.V when I was a kid. I'll remember forever a T.V. show called "Sabrina, the teenage witch". I really loved that show. It was about a young girl who had to learn how to be a good witch and a good student also. It was quite difficult for her. She always had problems with her boyfriend and friends because she wasn't allowed to tell to anybody she was a witch. I felt sorry for her, but inside I wanted to have those powers, which means I would be able to fly, to move to several places quickly and to disappear. Sometimes I think that we had those powers, everything would be more complicated. And that seems to be impossible, doesn't it?
Another T.V. show I loved was about two twin sisters. They were so funny, and her their mother was very stupid, but nice. I can remember me every night at nine o'clock, struck in front the T.V., watching like an stupid kid (Was I a stupid one?) and nothing could take me away from there. That was my place. And that's the way I grew up.

The writing for me is a kind of liberation. The words are like cars which let me drive away from this house, this city and this country. While I'm writing I don't belong to anywhere. I'm a citizen of the world, a cosmopolitan. I believe that the writing is a sort of universal language: everybody can understand it. A few days ago I saw on YouTube a talking of Isabel Allende, where she said something that is still trapped in my mind:

"Once, a long time ago, I heard that stories are to human kind who dreams. As individuals if we are not allowed to dream we go mad, with perish, suffocated by confusing thoughts."

And I agree with her.
I have been telling stories since I can remember. And if I look for the reason, I would find it out very easy. I have a quite clear memory where my dad is telling me several stories about farms, animals and grandparents. We were in bed, and he just told them to me. He made them up at the moment he was speaking; that's the reason now I tell him he has an amazing imagination. It was because of him that now I have the flame inside called Literature.
If I close my eyes, I can see me when I was six, writing in white papers a short story about two drops of rain, who had fallen to the earth and started living here. They had some problems with a jealousy cloud, who wanted to steal their cars. Now that I think about it I realize that it was very stupid, but I was an innocent kid. What can you expect for?
I remember that I drew some pictures of the two drops, named Gotín and Gotán. It was a sort of comic strip. I really loved it. Then I put all the papers together and I tied them with a rope. I created a cover and tied it to the papers. Eureka: my first book had got born.


sábado, 15 de septiembre de 2007

A Viajar (cuento N° 1)

A Viajar



"Preparo un nuevo viaje.
Empaco dudas y ansiedad.
Vueltas tan peajes,
demoras me dejan atrás"

[Denisse Malebrán]



Catalina recordó por un instante cuando su mente divagaba por la frontera más recóndita del país más inusual. Tal vez una bahía insólita, recostada sobre una arena indómita, luciendo los miles de millones de granitos de oro brillando orgullosos gracias al sol lejano. Parajes de ilusiones que llegaban a su mente en un desordenado tropel, sin orden ni compás, adormeciendo sus ojos y anestesiando su cuerpo, como si todo lo que la rodease fuese irreal; un holograma en medio de la confundida realidad, que se borraría al primer soplido fuerte del viento amable. Los ruidos comenzaban a salirse de órbita, alejándose cada vez más; tan sólo el tenue ronroneo de las olas se avecinaba y el rasguear tímido de la fiel maleza. Las personas alrededor comenzaron a ser frágiles volutas de humo ciudadano, ese que se evapora al contacto de la imaginación, cuando se hace un intento de sobrepasar los meridianos de la conciencia, más allá de la latitud de lo permitido. Los objetos, las esquinas, las calles y los edificios se convierten en rumores que nunca fueron ciertos; tan sólo palabras susurradas hace mucho tiempo, donde la memoria arcaica no alcanza a abarcar. La oficina y sus eternas murallas segundo a segundo se transforman en sólo un capricho del ser humano. Lo real es la naturaleza que devora todo el tiempo de nuestra existencia, aquella madre salvaje y armónica que nos abraza en su lecho húmedo de lodo recién desparramado. Es ese el lugar que realmente existe. El cemento y la ciudad solamente son espejismos crueles que a veces no dejaban ver el espeso muro de los árboles, y de su silenciosa pero confiable quietud…
Y es que Catalina llegaba a su punto máximo de colapso. Marcos, su jefe, atosigándola como si fuese un animal de puerto, de esos que se resignan a comer lo que las sobras van dejando, con una carga encima que doblega su peso. Cada mandato comienza a herir en la piel como hierros al rojo vivo, que penetran profundamente en la dermis para hacer recordar la infinidad de cosas que se debía hacer. El humo del cigarrillo de su compañera de oficina, Susana, entrando cada vez más por sus ineludibles poros. Ese fatídico gas transparente que sube inexorable al cielo para ser parte de la contaminación que mantiene sumida a la ciudad en una olla de presión incalculable. El ruido de los automóviles. El rugido de los microbuses azotando la berma que poco a poco gime más fuerte al chirrido de los frenéticos neumáticos. El enorme rascacielos del cual ella es una ínfima parte, como un apéndice inexpugnable dentro de un sistema de polvo gris y somnoliento. Y el tiempo. El inevitable pasar de los segundos que el reloj de la pared va marcando; minutos, horas, siglos y milenios. Ya nada tiene diferencia en ese cubículo de dos por dos. Y Catalina allí, manteniendo como sea los ojos cerrados, con los puños apretados y el corazón enjuto, esperando por aquel viaje que sabe que cada vez que su vida está a punto de estallar, la puede salvar. Es el viaje indómito que la lleva a aquellos paisajes donde en vez de calles hay senderos de ramas pisadas y pasto recortado; en vez de humo hay una fragancia a selvamadre; en vez de ruidos, cánticos; en el lugar de los oscuros hombres en sus oscuros caminos hay luminosos espíritus en diáfanos itinerarios. Es su manera de sobrevivir. De traspasar aquella ruta rutinaria y desprenderse del alfombrado piso de su vida para viajar a ese lugar de ensueño que es su mente, donde ella día a día se predispone a recurrir cuando todo va a mil por segundo. Los temores va dejando atrás, al igual que las preocupaciones. Su vida torna en un giro al empacar sus dudas y ansiedades, para así alejarse sin ropajes a la señal de aquel lugar que sólo su mente puede brindarle. Y Catalina, silenciosamente y sin contarle a nadie, se invita a viajar a sí misma, para recorrer solitaria los parajes donde sabe con certeza que no estallará en mil pedazos. “Te invito a viajar”, suele repetir en un susurro prolongado justo en el instante que comienza a peder el control. “Vamos. Es hora”, se dice con una sonrisa en los endulzados labios. E inicia su eterno y discreto caminar.




Luis Bravo V.
[Cuento 1, canción “A viajar”, Denisse Malebrán, Maleza]