domingo, 25 de abril de 2010

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 El perfume y el incienso alegran el corazón;
      la dulzura de la amistad fortalece el ánimo

Proverbios.

viernes, 23 de abril de 2010

Duh


                                             jajajajaj

lunes, 12 de abril de 2010

Abrazos bajo Orión

Era el cielo y no la tierra,
no el polvo, sino la brisa,
todo lo que nos rodeaba
sedándonos en la interperie.

Era tu fuerza y no la ausencia,
no la lágrima, sino la risa,
lo que nos mantuvo de pie en lo alto,
sobrevolando la incertidumbre.

Y de pronto fue tu rostro,
no el aire, sino tu aliento,
lo que contrajo mi furia,
el desorden dentro, y la lluvia.

Fue ese beso inesperado,
esa humedad que empapó mi corteza,
lo que perfeccionó el cielo nocturno:
fue la flecha que le faltaba a Orión.

Estuvimos en silencio mientras el hombre apuntaba,
con su arco de estrellas su presa escogida..
Contemplamos su belleza,
su ternura,
y comprendimos los porqués. Reímos.

No fue la tierra, no, sino el cielo,
nuestro piso en aquel momento.
Cuanto fue el tiempo
nunca supimos con certeza.
Mas sí sé el tiempo que he esperado
para por fin dejar de esperar.

Y dejar de esperar bajo Orión,
con tus brazos sujetando mi alegría,
fue el momento
en que supe todo lo que siempre he querido saber.

Fuiste la tierra, no el cielo, no,
porque cuando correspondí aquel beso,
ni el cielo pudo sostener el espacio
que se abrió entre mi timidez y tus ojos.

Espacio húmedo.
No la tierra.
No.



Luis Bravo Veloso.

miércoles, 31 de marzo de 2010

Another lonely trip to reality (Canción)

Hace poco terminé de escribir una canción que había comenzado sentado en un bus de Valpo a Santiago.
Espero grabarla con guitarra y luego subirla :D Aquí va la letra al menos:


Another lonely trip to reality

Here I am, alone and thinking
of your face, and I'm believing
that every step that I'm taking
is another risk in which I'm living...

but you light up this whole town...

With your smile, your eyes wide open
Cannot believe how lucky I got
when I'm embraced by your arms
and you hold me tight, I could fly so high...

But now I've left you behind.
I'm heading back to my hometown...

Coro:
It's another lonely night trip
to reality.
The wheels don't stop, we're crushing on
but I'm still stuck on you
on your eyes that I see
when I close mine.
When I close mine...

As I'm sitting here, I guess you're walking
up that hill, up to your place,
I really wish you're thinking of me
and missing me as much as I miss your hands,
holding my hands,
taking my heart,
believing that nothing could ever break us apart...

But now I've left you behind.
I'm heading back to my hometown...

Coro:
It's another lonely night trip
to reality.
The wheels don't stop, we're crushing on
but I'm still stuck on you
on your eyes that I see
when I close mine.
When I close mine...

But hey!
please don't fade away.
Just wait,
Just wait for me.
I'll come back,  some other time
and we will light up this whole town

Together <3

Coro:
It's another lonely night trip
to reality.
The wheels don't stop, we're crushing on
but I'm still stuck on you
on your eyes that I see
when I close mine.
When I close mine... (x2)

But now I've left you behind
I'm heading back to my hometown...


Luis Bravo
:D

jueves, 11 de marzo de 2010

Amor mío, mi amor... (Jaime Sabines)

Amor mío, mi amor, amor hallado
de pronto en la ostra de la muerte.
Quiero comer contigo, estar, amar contigo,
quiero tocarte, verte.

Me lo digo, lo dicen en mi cuerpo
los hilos de mi sangre acostumbrada,
lo dice este dolor y mis zapatos
y mi boca y mi almohada.

Te quiero, amor, amor absurdamente,
tontamente, perdido, iluminado,
soñando rosas e inventando estrellas
y diciéndote adiós yendo a tu lado.

Te quiero desde el poste de la esquina,
desde la alfombra de ese cuarto a solas,
en las sábanas tibias de tu cuerpo
donde se duerme un agua de amapolas.

Cabellera del aire desvelado,
río de noche, platanar oscuro,
colmena ciega, amor desenterrado,

voy a seguir tus pasos hacia arriba,
de tus pies a tu muslo y tu costado.

Jaime Sabines. 

miércoles, 10 de marzo de 2010

"Poema para el día lejano"

"Poema para el día lejano"


Cada partícula de césped
reclama tu nombre,
y cada letra de tu nombre
huele a nube.

La comunión del aire con mis pulmones
no es distinta a la de tu aroma
con mis manos:
eres todo lo que siempre
quise proteger.

Definir tu contorno
es entonar un salmo de miel
en jarras de plata.
Lo dulce me embriaga,
y luego sólo puedo ver tu frente.

Estás aquí,
aunque la distancia nos corrija.
Estás aquí,
porque sigo viviendo,
y esa es la mayor prueba.

Sin ti yo no sería.
Sólo lluvia y tus ojos.



Draco.

martes, 2 de marzo de 2010

Las horas de la incertidumbre.

La madrugada del sábado desvió el curso del río. Del río llamado Chile, cuya cuenca hidrográfica se encuentra habitada por aquellos extraños seres de piel y esperanza llamados chilenos. En unos pocos minutos, las cosas cambiaron inexorablemente, y una cicatriz más comenzaba a perfilarse en nuestra corteza humana. El terremoto llegó como llegan las golondrinas, inesperado y brutal. La vida sostuvo su aliento y el pulmón celestial contuvo la respiración: todo el mundo entraba en pánico y la Historia de Chile estaba a punto de marcar otro hito en su línea del tiempo amargo.

Lo transcurrí con personas conocidas (admito que conocía más a algunas que otras), pero por sobre todo lo pasé acompañado. En ningún momento tuve miedo, porque estaba con alguien que me brinda un pilar indeleble en el cual estar suspendido en lo alto sin miedo a caerme. Recuerdo que le abrazé y cerré los ojos. Pensaba para mis adentros que era un simple temblor más, uno de aquellos que solían espantarme la modorra de las noches al escuchar a mi padre gritar: ¡Ya pasó! ¡Ya pasó! Pero luego noté que algo era distinto; el movimiento no se detenía y la gente, que otrora bailaba música pecaminosa, empezaba a correr escaleras abajo. Intenté bajar también, con la mente algo nublada, pero sus brazos me detuvieron justo a tiempo para hacerme entender que la mejor alternativa era esperar que todo pasara y que teníamos que actuar con calma. Esperé. Esperamos juntos. Luego que todo pasó, me dijo que debía llamar a mi casa. Debo confesar que fue la mejor idea de la noche, pues cuando lo hice aún no colapsaban los satélites mentirosos. Hablé con mi madre y les dejé saber que yo estaba bien. Una preocupación menos.

Sinceramente jamás imaginé el daño que había traído este "temblor fuerte". Sólo cuando bajé a las calles de la metrópolis pude ver el caos sembrado en ellas: vidrios rotos, murallas derribadas, sueños resquebrajados. Al enterarnos de que el epicentro había sido en Concepción, se preocupó mucho. Y me preocupé también, pues sabía que sus familiares y amigos estaban allá. Deseé viajar por el tiempo y el espacio y llegar hasta donde sus seres queridos y ver si estaban bien, para poder tranquilizar su ánimo, que de pronto se había desmoronado desde las alturas. Caminamos por la oscuridad, tomados de la mano, hasta llegar a un nido seguro. Desde allí pasamos las horas de la incertidumbre. El terremoto de Chile nos había curtido la piel con un nuevo color demacrado.

En la mañana regresé a casa, algo apenado por dejar a un lado a ese ser perfecto que me traía sonrisas matitunas. El viaje fue largo y con música de fondo pude ir apreciando el desastre que había dejado el terremoto. Fue tan extraño recorrer las calles que siempre recorría y ver cómo ya nada era igual. Si Heráclito decía que el cambio era lo único que existía en el Universo, en aquellos momentos no pudo tener más razón. El aire estaba denso debido al polvo y los rostros de los ciudadanos eran oscuros y nublados. Intenté en vano reconocer mi barrio y luego mi casa; si bien no habían cambiado, había algo en el ambiente que me indicaba lo sempiterno de lo sucedido.

La casa estaba mal por dentro pero bien por fuera. Todo caído, pero daba lo mismo, pues un día bastó para dejar todo como antes. Me sorprendió lo peligroso que hubiese sido haber estado acostado en esa cama infernal, pues se encontraba llena de muebles, libros, y objetos que preferentemente hubieran caído sobre mi frágil humanidad. Vi que todo estaba bien, saludé a mis papás y volví a salir, con la esperanza confiada que le volvería a ver.

Y así fue.

Fueron días muy extraños, que no quiero olvidar pero que de alguna manera quisiera superar, porque estuvieron cargados de tristeza, de pena, de incertidumbre y de anguistia por mi país. Sin embargo fueron días en los que pude compartir con la persona que viene ocupando mi mente por los últimos meses y que envuelve mi existencia en una especie de luz auréola, como el polvo del norte, que te transporta a mundos paralelos donde las personas tienen el alma afuera y con forma de animal :D

El terremoto de Chile fue eso, el terremoto de Chile. Ahora a ayudar y rezar por todos aquellos hermanos que viven en la desesperanza y angustia de no saber si llegarán sanos a casa por las noches.

Yo mientras aquí estoy sentado contemplando lo que es el Santiago del 02 de marzo de 2010, a tres días del terremoto, y a dos segundos de una lágrima honesta.

Draco.

lunes, 1 de marzo de 2010

Para ti.

El aparecido

Como un ángel de fiera pupila
volveré hasta tu alcoba tranquila,
y sabré deslizarme sin ruido
y llegar a tu cuerpo dormido.

En la sombra he de darte, oh amado,
besos fríos igual que la luna.
Y caricias de sierpe ondulante
que una fosa rondará reptante.

Cuando al alba despiertes de frío
encontrando mi sitio vacío
no podrás recobrar el calor.

Si algún día de ti mi ternuna
en tu vida de alegre hermosura
era sólo el preámbulo de mi amor.

Charles Baudelaire.

(I miss you).

martes, 23 de febrero de 2010

La muerte de los amantes.

Tendremos un lecho de suaves olores,
divanes profundos como sepulturas,
y en tallos y búcaros nos darán las flores
aromas extraños bajo albas más puras.

Nuestros corazones, amando a porfía,
darán de su antorcha la llama postrera:
dos llamas gemelas son tu alma y la mía,
espejos que miran la eterna ribera.

Relámpago únicoccc, centella preciosa,
una tarde mística, de azul y de rosa,
el adiós seremos, el llanto, el sollozo.

Y después un ángel, abriendo las puertas,
los espejos turbios y las aguas muertas,
resucitará temblando de gozo.


Charles Baudelaire.
(Mi poema favorito de amor)

viernes, 19 de febrero de 2010

Prisa.

Va el ave con prisa,
porque el tiempo no existe.
No existen las horas ni los segundos.
Sólo existe la prisa.

Atraviesa los ríos negros,
y se sumerge en una nube inocua.
Rinde honores a la cordillera,
y luego regresa con los arrecifes.

Nada lo detiene, es voraz,
al alimentar su sed de viento y brisa.
Gira digno sobre cabezas fatuas,
y su espiral auréolo es finito como el campo.

Se eleva cada instante más alto,
zumbando sus alas y cuerpo.
La prisa alimenta su argumento,
y llega al cielo de febrero.

Me encuentra a mí tendido en las alturas,
con la cabeza llena de lluvia,
y no se detiene a hablarme,
no;
circunda mis piernas con su prisa audaz.

Sin embargo escucho su voz de ave,
que me inunda la conciencia atormentada,
y reconozco pocas palabras,
y las atesoro en mi incetidumbre.

Se ha alejado el ave con prisa,
y me ha dejado austero y silencioso.
Las palabras fueron cinco:
Hogar, Crecer, Carretera, Judas, Amor.

Era la respuesta que siempre
había estado esperando para mi vida.
Y ahora río, a carcajadas, mi dicha.

Va el ave con prisa,
porque el tiempo no existe.




Draco.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Mi cabeza está llena de lluvia.

El verano es alto y elegante,
y reina sobre mi cabeza humilde.
Sin embargo su luz no es poderosa,
porque no seca la lluvia en mí.

Cierro los ojos y me empapo,
con la llovizna interna de mi cuerpo,
que moja la codicia y el deseo;
el olor a tierra húmeda brota ahora.

Este temporal ha durado años,
y se viene gestando desde la primavera,
cuando yo sólo gemía como respuesta
a lo desconocido e inhumano.

No hay nubes dentro de mí,
tan sólo lluvia.
Nubla mi clarividencia,
y me ciega, me enaltece y me ciega.

Pero aún así,
y cuando todo es gris y entumido,
puedo recortar la silueta
que hace espantar las gotas.

Persona parada bajo la lluvia.
Ayúdame.

Persona que se aleja de mí en la lluvia,
tráeme el verano tierno.


Draco.

martes, 16 de febrero de 2010

The unexpected call, 

      the cruel joke,
     the endless laugh, 
                                       our shaking hands.

    [...as if I needed all of this to realize how high the sky could be]



 

Mi única excepción.
Eres mi única excepción
 

This is for the boy who doesn't want be loved.


Do not tell me it hurts
to be afraid of uncertainty.
Because I have been through
the same feelings before.

But then tell me to shut up,
because you won't like what
I need to say.
These words. Like bullets.

How can I be so unfair with my heart?
It's always been there,
making my blood move like air.
I can't just silence it.

And yet you tell me
that you do not want to be loved.
But I do not think you're loveless.
You are just scared.

Scared of happiness,
which is passing by your balcony,
there, where the sea and the sky
are like brothers and sisters.

I'll take this easy,
do not worry about me.
I'll find my way back,
I'll find my way back.

BUT I NEED TO GIVE YOU LOVE,
because you deserve it.
More than anybody,
you do, I do, we do.

Give one chance.
And this hole in my chest
will be gone forever.

Because if you give up
WHAT AM I SUPOSSED TO DO?



Draco.

lunes, 15 de febrero de 2010

Tus anhelos.

Tus anhelos.

Las manchas ya casi borran,
Nuestros delicados y temerosos sueños.
Ya no queda piel quejumbrosa,
Tan solo el alma en desvelo.

La carne roza el aire,
El aire aviva el fuego.
La pasión nos junta y luego
Nos arroja al mar de ensueños.

Los anhelos vuelan sueltos,
sobre besos ya sin dueño.
Los temores corren lejos,
Bajo espectros de los sueños.

Tus colores no se han ido,
Siguen quietos como hielo,
La luna los congela
Para siempre bajo un velo.

Bajo el velo de los anhelos,
Los anhelos de los sueños.


Draco.

jueves, 4 de febrero de 2010

Tu silencio es hermoso



Si un árbol cediera su altanería
y nos permitiera escuchar su lenguaje,
éste sería como tu silencio.

Si en el desierto la brisa matutina
gimiera de placer al levantar la arena,
sonaría como suena tu silencio.

Si mi jardín abriera los labios negros
para beber el rocío congelado,
su murmullo se parecería a tu silencio.

Si una tumba al cerrarse abruptamente,
resquebraja la mortaja que cubre al difunto,
el sonido sería idéntico a como es tu silencio.

Si tuviéramos oídos más atentos,
y escucháramos la fuga que produce nuestra sangre,
por las venas, ésta sería igual que tu silencio.

Si el día,
si la noche,
si la envidia
y el desenfreno,
entonaran himnos fatuos,
ya sabrías que que la melodía
sería como tu silencio...

Amor,
si tú me hablaras por al menos un segundo,
y contra mi oreja juntaras tus labios estrenados,
y me susurras dos indómitas palabras.
éstas serían tan hermosas como tu silencio.

Pero no me hablas,
y mantienes la mudez que produce la contemplación,
de esta luz salada,
de mi resplandor que no muere.

Y callas, indiferente,
sonriendo y girando sobre el aire y mucho más allá,
apaciguando la tormenta de este cielo
que es hermoso,
hermoso como tu silencio.


Como el silencio tuyo.




Luis Bravo.

martes, 2 de febrero de 2010

Año


Año


Todo comenzó el primero de enero, a las cero horas y un segundo.
Aníbal sintió dos escalofríos recorrer su espina dorsal y eso le brindó tranquilidad: para cuando el próximo segundo del año llegó, pudo abrir los ojos y contemplar los cuerpos que lo rodeaban. Eran pueriles. Mansos. Estaba la Negra, que al ritmo de la música, hacía culebrear su vientre de arriba abajo. A su lado, Daniel se dejaba hipnotizar por sus pechos, visibles tras la translúcida blusa. Intentaba seguir el beat de los sonidos, pero estaba más concentrado en la Negra. Ella sudaba, a pesar del frío, y él se calentaba.
Aníbal de pronto escuchó a Cata.
– ¡Paren la música, cabrones! ¡Párenla! ¡Se nos pasó el año nuevo y no nos dimos los abrazos!
Aníbal sonrió ante la inocencia de Cata, pero no dijo nada, pues entendía lo cursi que era para los ritos sociales importantes, y si quería detener la fiesta para abrazarse unos con otros, la dejaría. Esta vez no pondría resistencia.
– ¡No nos dimos ni cuenta! – rió la Negra.
La música se detuvo sin más y todos dejaron de bailar y empezaron a repartir abrazos a los que estaban más cerca. Aníbal, tirado sobre un sillón que jamás olvidaría, comenzó a reír a carcajadas de lo ridículo que resultaba la escena. Todos tan necios, tan comunes. Vibró al máximo con su risa y se sintió feliz por unos pocos segundos. Ahí estaba él y nada andaba mal, ni siquiera el hecho de que tendría que mamarse abrazos inventados con saludos fingidos. Nada más pintoresco. El estómago le dolía de tanto reírse y el licor de su vaso le salpicó encima.
– Mierda… – dijo.
Lo dejó a un lado y contempló la desgracia: ahora andaría pasado a ron con Coca Cola toda la noche, que recién comenzaba. Intentó incorporarse pero Cata de repente se le tiró encima, aplastándolo contra el plástico que cubría los cojines. Sintió su figura de adolescente tierna encajar sobre sí, y cruzó sus brazos alrededor de su cintura escueta. El olor a vainilla le hizo sentir renovado y corrió el rostro para poder inhalar oxígeno.
– ¡Feliz año, Cárcamo! – gritó ella muy cerca de su oreja. Aníbal respondió con sonidos alternados e intentó correrse a un lado. Cata, ya algo borracha, se incorporó a tropiezos y continuó buscando amigos.

viernes, 29 de enero de 2010

Ciervos


Ciervos


Bebe el agua del arroyo,
bebe su maleza
y levanta la vista.
Búscame entre los troncos finitos,
entre la hierba,
y entre los altares.

Enséñame a galopar sereno,
en un ritmo de antaño,
que nos da impluso,
a ir cortando la brisa amarilla.
Enséñame a ser pulcro,
y arrancar del peligro cuando éste se asoma.

Recorre conmigo el sendero,
toma mi cuerpo y hazlo nieve.
Indica con tu pelaje
el lugar exacto donde me quieres.
Y mantendré mi posición, escueto,
y aguardaré a que regreses.

Conoces el bosque
como yo conozco tu salvaje aroma.
Vuelas entre el muzgo
y te confundes con la espesura.
Y me deseas,
mi infantil silencio de barro y felpa.

Monta mi alma que nada cerca,
y hazla indómita de nuevo,
como la nube negra, negra.

Indómita de nuevo,
ciervo manso.






Luis Bravo.

jueves, 28 de enero de 2010

Viajero


Partir sin ti es
como abandonarse a la intemperie.
Es continuar la muzgo ruta
sin el impulso del mar.

El viaje sin ti
no es viaje ni camino.
Mas es orbe absoluta y soledad
indiferente.

Veo los árboles volar por mi ventana.

Pero viajar por ti
no sin ti, sino por ti,
es aventurar el corazón
por una senda mansa,
floral,
como en la pradera de la vida,
y ensuciarme con tu barro
será limpieza eterna.
Será perfume a estampa.

Será tus besos imaginarios.



Luis Bravo.

lunes, 11 de enero de 2010

Dos caminos al puente (parte I)


Dos caminos hacia el puente


Con la manga del chaleco me limpié las lágrimas y con un pañuelo desechable, la sangre. Para no dejar huellas. Sentía en el pecho la pequeña dosis necesaria de alivio para continuar respirando sin pensar que tal vez no debería estar haciéndolo. Miré hacia mi derecha, para asegurarme de que la bicicleta aún estuviera donde la había dejado, y vi dos siluetas caminando abrazadas en la oscuridad del parque. Se alejaban de mí, razón por la cual no me importó recostarme en el pasto e intentar dormir: estaba sola y si alguien venía por la bicicleta, allá ellos.
No había dolido tanto aquella vez. Quizás debí haber intentando con más fuerzas. Sin embargo, había salido la cantidad suficiente del líquido puto para calmar mis nervios y mi euforia. Al verlo emerger de mi interior, odié lo similar que era al vino que emborrachaba a mi padre viernes y sábados y, para evitar el disgusto, cerré los ojos y me dispuse a asimilar el dolor. Cómo escocía. Procuré extenderlo lo más que podía, sin romperlo, dejando que lo podrido que tenía por dentro se expresara a través de los cortes en mi antebrazo. Sin embargo, de a poco se fue desvaneciendo, como un amanecer vanidoso.
En mi mente se encuadraban imágenes recientes, nítidas y vertiginosas, mostrando rostros conocidos y sonrisas eternas. El cumpleaños de mamá. Dos días atrás, la familia se había reunido en casa para celebrarlo de la misma manera que veníamos haciéndolo por los últimos once años. Muchos parientes, a los que usualmente les confundía el nombre, me saludaban con un afecto artificial, arrendado para la ocasión, aparentando curiosidad en mis estudios de Letras y en mi vida sentimental. Yo ya tenía ciertas respuestas memorizadas que me ayudaban a sobrellevar infaliblemente situaciones como esas. Por supuesto, no faltó el la tía lesbiana que me abrazó más de la cuenta, hundiendo sus flácidos senos en los míos, ni el primo bromista. Creo que se llamaba Jaime el que hizo el primer chiste de la velada.
– Y tú, primita, ¿qué estás estudiando? – había preguntado una vez que un numeroso grupo de familiares había puesto su atención en mí por un momento.
– Letras – contesté, contrariada.
– ¿En serio? – se sorprendió –. ¿Y en qué letra van?
La carcajada colectiva me pareció similar a una colmena de abejas furiosas. Intenté borrar de mi rostro la amargura producida por el chiste y aparentar que la hilaridad de mi primo también me complacía. No podía caer en la sinrazón de enojarme por su broma (no era la primera vez que la escuchaba), pues eso habría denotado un evidente mal gusto y poca clase. Dejé escapar ciertos ruidos de mi garganta, esperando que sonaran a risa fresca y sincera, y luego me alejé sonriendo. Fui hasta la cama de mamá, donde yacía postrada hacía más de once años. Posó su mirada en mí, fulminándome con proyectiles de una complicidad alimentada por el tiempo. Ella estaba consciente de que no estaba disfrutando la fiesta y casi se sentía culpable por ello, ya que era la causa eficiente de la presencia de tanta gente. Parecía que su condición de enferma crónica daba razones irrefutables para celebrar los cumpleaños vehementemente. Nadie, sin embargo, se atrevía a aceptar el real motivo de tanta parafernalia: aquél quizás era el último cumpleaños de la tía Fernanda. Había que celebrarlo como correspondía.
Iba a ese parque a hacerme cortes en los brazos. En casa no habría sido adecuado, ya que papá ocupaba gran parte de su tiempo en enterarse qué estaba haciendo; menos en la universidad, lugar donde mis amigos iban a aparentar lo perfecta que eran sus vidas y a fingir que entendía al menos una décima parte de los autores clásicos y de los contemporáneos. En clases, levantaban manos y expresaban sus puntos de vista, no convenciendo ni a los profesores ni a sí mismos de las barbaridades que llegaban a decir. No obstante, todo el resto fingía de la misma manera entenderse unos con otros, asintiendo sus cabezas con parsimonia, y al final de la jornada, profesores y alumnos se retiraban felices al creer que enriquecieron su conocimiento personal de cierta obra o movimiento vanguardista. Sin embargo, siempre estaban los dos mentirosos aún más descarados que salían de la sala charlando con el profesor acerca del profundo alcance de sus reflexiones literarias y de sus inquietudes acerca intertextualidades no advertidas y flash backs asombrosos.
Era por eso que aquel lugar resultaba perfecto, sin nadie que me molestara ni a quien rendirle cuentas por mis acciones. Estaba a un costado de la calle Andrés Bello y se llamaba Parque Costanera. Iba en mi bicicleta cada vez que sentía que that was it; que ya no resistía más. Me sentaba en el pasto con las rodillas flexionadas, contemplando el río Mapocho, que bajaba de la cordillera. Si tenía suerte, a veces llegaba hasta mí el olor fétido de la mierda que llevaba el río consigo: eso me hacía sentir que no sólo en mi mundo interior existían cosas tan podridas.
Cuando ya acumulaba suficiente tristeza tanto en mi corazón como en mis ojos, sacaba de mi mochila el estuche de mis anteojos de lectura donde guardaba los repuestos usados de las navajas de papá. Solía contemplarlas unos instantes, agradeciéndoles la existencia. Me inundaban cientos de emociones que recorrían con juerga todo lugar dentro de mi cabeza y, en el intento de descifrarlas y eliminarlas, la sangre ya se encontraba escapando de mis brazos. Sinceramente, no me daba cuenta cuando me hacía los cortes. Era lo de menos. Tan sólo sentir los hilos de sangre surcar mis brazos hechos añicos era motivo suficiente para exponerme a los peligros de la ciudad anochecida.
En aquella oportunidad, no logré apaciguarme lo bastante para quedarme dormida. A los minutos de dejar mi cabeza apoyada en la mezcla de pasto y barro donde estaba recostada, un grupo de adolescentes comenzó a charlar con alaridos muy cerca de mí. Entre la modorra, la confusión y el dolor, pude vagamente reconocer ciertas palabras y frases inconclusas que emergían de sus bocas, y más de alguna risa chillona de una pendeja extasiada.
– ¡Pero, Teresa, no…!
– Ay, Hugo, que le das color…
– ¿…y con la amiga? Oh, qué maricón.
Deseaba que se quedaran en silencio por algún instante, pues sus voces sólo venían a complejizar mi propio caos interno. A través de mis ojos entreabiertos podía visualizar las luces mortecinas de los faroles, las estelas que iban dejando los autos por Andrés Bello y las sombras que el ramaje del árbol sobre mí proyectaba. Justo después de un bramido particularmente sonoro y afeminado de algún muchacho, logré abrir los ojos completamente y vi a los chicos que producían tanto jolgorio. Con imprecisión pude deducir que eran seis, tres hombres y tres mujeres. Iban vestidos peculiarmente, con ropa que jamás en mi vida había visto. Como si fuera el mundo al revés, los hombres llevaban el pelo largo y ocultándoles el rostro, y las mujeres eran casi calvas: las tres iban rapadas o con algún mechón excepcional caído sobre sus frentes. Deduje que eran parte de alguna de esas hordas urbanas propias de los sectores periféricos de la ciudad, aquellas que eran el resultado de los quiebres familiares, las homosexualidades no asumidas y las rebeldías disfrazadas de estilos de vida. Estaban sentados, formando un pequeño círculo deforme, en cuyo centro se encontraban sus mochilas y bolsos amontonados. De un teléfono móvil emanaba una melodía que no pude descifrar entonces, y descubrí que el bullicio se debía a que se estaban sacando fotografías unos a otros.
Realizando un esfuerzo sobrehumano, levanté mi cabeza y enfoqué la vista en los adolescentes. De inmediato, me produjo escalofríos el acre sabor a barro que sentí en mi boca, pues no me había dado cuenta que había estado recostada con la boca abierta sobre el pasto. Me produjo fuertes puntadas en la cabeza el cambio tan brusco de posición, pero la mantuve en alto, pues quería ver mejor a los muchachos. Por un instante fugaz, olvidé todo dolor y confusión, y me concentré en ellos. Qué diferentes se veían. Intenté en vano encontrar alguna semejanza con el tipo de gente con el que yo solía relacionarme, y me costó trabajo comprender cómo gente de casi la misma edad y viviendo en una misma ciudad pudiese parecer de distintas etnias. Por más que intentaba, no lograba conectarlos, ni en la forma de hablar, moverse, vestirse y reírse.
De pronto, dos de las muchachas se levantaron, tomadas de las manos, y comenzaron a caminar en dirección opuesta al grupo y a mí. Me mantuve observándolas mientras se alejaban, y a los segundos corroboré la tesis que venía procesando: detuvieron su andar y se dieron un beso prolongado. El resto de los jóvenes se levantaron luego y caminaron hacia las lesbianas. A los cinco minutos, el parque (o al menos el lugar donde yo estaba) se volvió a encontrar deshabitado completamente.
Por que yo no consideraba a mí misma como a un habitante, de ningún lugar ni tiempo.

A la mañana siguiente, mientras desayunábamos, papá me preguntó qué demonios era lo que hacía en el parque por tanto tiempo. Yo masticaba mi tostada con lentitud y con la vista clavada en mi café, y no respondí de inmediato. Tomé todo el tiempo necesario para triturar la masa en mi boca de manera apropiada (unas cincuenta veces) y sorbí el amargo café sin premura. Lo miré directamente y procuré no demostrar la docena de sentimientos que de pronto me había sucumbido por completo.
– Escribo.
Laura, mi hermana mayor, apartó la vista y sonrió. Intuí que le había producido gracia la respuesta, tan evidente viniendo de mí. Siempre andaba escribiendo. Al momento de escoger una profesión, dejé que mi intuición tomase posesión por sobre el sentido común y había decidido entrar a Literatura en una universidad privada y carísima. A papá no le había molestado en lo absoluto: sabía que de todas formas iba a tener que mantenerme hasta bien entrada mi adultez, que no se vislumbraba por ningún lado. Sin embargo, mi respuesta esa mañana pareció pertúrbalo, y creía saber porqué: ya no podía tener certeza sobre mi rutina si no podía observar precisamente lo que en verdad hacía en el parque. Su campo de control había encontrado un límite, y mi aparente honestidad más bien lo acrecentaba.
– ¿No es algo incómodo escribir en el pasto?
– No. No te imaginas lo reconfortante que es, papá. Deberías intentarlo – me levanté de mi asiento con la taza casi llena y con una tostada sin comer –. A todo esto, el fin de semana iré a la casa de la Trini en Santo Domingo. Va a estar de cumpleaños y fijo que tengo que estar presente.
Llevé mi taza casi llena de café y mi plato con la tostada hasta el fregadero. Había perdido el apetito y me sentía desanimada ante la idea de un nuevo día con mis compañeros de universidad. Ellos no entendían ni la sombra de los problemas que intentaba sobrellevar día a día: trabas que ni yo misma sabía definir con claridad, pero que me mantenían hundida en una especie de lodazal cotidiano. Me dirigí luego al mueble donde guardábamos la loza, que estaba por encima de la mesa de diario donde papá y Laura aún devoraban el desayuno. Era mi turno de preparárselo a mamá. Había pensando en huevos revueltos, pan, juego de pomelo y café, pero mi desánimo me obligó a decidir por rebanadas sin tostar y manjar casero. Levanté los brazos para abrir la alacena y sacar la bandeja y la taza, y entonces que sucedió algo inesperado. Las mangas de mi holgado chaleco descendieron hasta mis codos y las cicatrices (antiguas y recientes) en mis dos brazos se pudieron ver claramente a la luz de la mañana, que penetraba por los grandes ventanales que daban al jardín. Ahogué un pequeño grito y giré en redondo. Bajé los rápidos tan rápido como pude. Contuve la respiración y me preparé para las inexorables interrogaciones que me iban a hacer. Pero ni papá ni Laura notaron nada. Volví a sentir alivio. Supongo que estaban muy ocupados ocultando sus propias cicatrices.
Después de mi penúltima clase del día (la última era un verdadero fiasco y no merecía el esfuerzo de quedarme) fui directo a mi lugar en el parque Costanera. Eran las cuatro y media cuando me senté en el frío césped a contemplar la serpiente hedionda que era el Mapocho. Lloré casi una hora. A mis espaldas pasaban niños corriendo y jugando, seguidos por sus madres que charlaban de vestuario y decoración o comentando algún libro éxito en ventas que les brindaba cierta tranquilidad intelectual, al hacerles sentir parte de una elite literaria, que lo habían comprado con la tarjeta de crédito y leído en tiempo récord. Se me acercaron dos vendedores de helados a los cuales ignoré por completo, y un perro bien alimentado fue a olisquearme por unos instantes antes de volver donde su dueño indiferente. Todos ellos ignoraban que la mujer tan bella del cabello rubio sentada ahí no esperaba la hora de que oscureciera un poco más para sacar las cuchillas y atravesarlas por su capa exterior de piel.
Y sólo así sentir que el oxígeno lograba al fin entrar en mis pulmones. Entrar y luego salir para siempre.
Y la sangre.

* * *
No me di cuenta que me había quedado dormida luego de un rato. Desperté cuando ya la tarde daba lugar a la noche temprana. Sentí frío, percatándome de que estaba usando una simple camiseta de tirantes y mis jeans gastados. En mi piel habían quedado marcas que el pasto había hecho y las luces giraban irregularmente por sobre mi cabeza.
De pronto, los oí aullar.
El grupo de adolescentes que había visto la vez anterior estaba de nuevo en el lugar habitual. Confirmé el número: tres hombres y tres mujeres. O mejor dicho: tres hombres con voz afeminada y tres mujeres de cabeza rapada y camisas sin mangas. Cantaban la melodía que emergía de un aparato que no logré identificar y eran tan ruidosos como la última vez. Ya no quedaba más gente paseando ni guarda parques alrededor, por lo que supuse que se sentían en la libertad de hacerlo, sin pensar quizás en la falta de prudencia para con el resto de las personas.
Me incorporé y me quedé quieta, sentada de piernas cruzadas y mirándolos fijamente. Estuve así un par de minutos, sin que ellos repararan en mi presencia. Luego, los recientes cortes empezaron a arder de nuevo (en verdad, nunca habían dejado de hacerlo, sólo que en mi inconsciente sueño no lograba identificar el dolor).Contemplé mi antebrazo derecho y cerré los ojos con vehemencia.
– ¡Oye, tú, la pelolais! – escuché la voz de una muchacha, en un momento.
Abrí los ojos y consideré mi situación. Obviamente se dirigían a mí, y yo debía hacer algo rápido. Hablarles o tomar mi bicicleta y huir lejos.
– ¡Oye, cuiquita! ¿Por qué tan sola?

domingo, 3 de enero de 2010

Un rostro en el agua.



Sumergirme en el agua nunca había sido tan silencioso. Tan repentino. Contemplar los pliegues del líquido que me rodeaba para luego dejar que el aire entrara en mi cuerpo con violencia, y me llenara por completo, incluso aquellos lugares donde la desesperanza había vaciado ya toda la vida. Con los ojos cerrados y el corazón enjuto, me adentré en parajes de azul vespertino. Cuando mi cabeza estaba totalmente sumergida, abrí los ojos y desaté a mi ánima: ella merecía ver también. Todo a mi lado se movía en cámara lenta, ya que el tiempo y la luz abandonan sus leyes al ingresar en el agua. Era otro mundo, otra dimensión: las expectativas habían perdido su peso y mis brazos se movían como dos algas sureñas. Me creía un pez, un pez condenado. El agua barría de mi piel las partículas de realidad y me invitaba a acercarme a su reino, orgullosa, altanera. Deseaba rendirle honores, alzar en su nombre un altar de flora y fauna pagana, en agradecimiento del espectáculo que le estaba ofreciendo a mis ojos: un azul profundo, un azul vespertino.
Y de pronto, su rostro.
Comenzó a moverse en óvalos, lejano y tibio. Luego comenzó a definirse con precisión y se volvió nítido frente a mi cara. Su frente abundante y sus pómulos generosos, los ojos negros como dos mentiras, la boca terca e impasible, levemente torcida hacia la izquierda, y sus orejas de infante. Mantuvo su mirada postergada sobre mi cuerpo, como inquiriendo y analizando, y luego sonrió de placer. Empecé a alejarme lentamente, hasta que topé con la muralla embaldosada de la piscina, y ahí sostuve mis ganas de nadar contra la corriente y besar sus labios. El rostro se mantuvo prudente, fatuo, y de pronto alejó la mirada. Vi cómo sus contornos ahora eran humo, vapor angustiado.
Pero el aire ya no circulaba por mis pulmones y me costaba más y más moverme. Creí ver una araucaria enterrada en el fondo de la piscina y a una campesina nadar a mi lado, sacando el musgo de las orillas. En un último esfuerzo, di una patada en el piso y el agua hizo el resto del trabajo. A los pocos segundos ya me encontraba flotando en la superficie, mirando el cielo gris, en calma.
A mis espaldas aún nadaba aquel rostro en el agua. Al igual que en mi mente.

Luis Bravo.