sábado, 15 de septiembre de 2007

A Viajar (cuento N° 1)

A Viajar



"Preparo un nuevo viaje.
Empaco dudas y ansiedad.
Vueltas tan peajes,
demoras me dejan atrás"

[Denisse Malebrán]



Catalina recordó por un instante cuando su mente divagaba por la frontera más recóndita del país más inusual. Tal vez una bahía insólita, recostada sobre una arena indómita, luciendo los miles de millones de granitos de oro brillando orgullosos gracias al sol lejano. Parajes de ilusiones que llegaban a su mente en un desordenado tropel, sin orden ni compás, adormeciendo sus ojos y anestesiando su cuerpo, como si todo lo que la rodease fuese irreal; un holograma en medio de la confundida realidad, que se borraría al primer soplido fuerte del viento amable. Los ruidos comenzaban a salirse de órbita, alejándose cada vez más; tan sólo el tenue ronroneo de las olas se avecinaba y el rasguear tímido de la fiel maleza. Las personas alrededor comenzaron a ser frágiles volutas de humo ciudadano, ese que se evapora al contacto de la imaginación, cuando se hace un intento de sobrepasar los meridianos de la conciencia, más allá de la latitud de lo permitido. Los objetos, las esquinas, las calles y los edificios se convierten en rumores que nunca fueron ciertos; tan sólo palabras susurradas hace mucho tiempo, donde la memoria arcaica no alcanza a abarcar. La oficina y sus eternas murallas segundo a segundo se transforman en sólo un capricho del ser humano. Lo real es la naturaleza que devora todo el tiempo de nuestra existencia, aquella madre salvaje y armónica que nos abraza en su lecho húmedo de lodo recién desparramado. Es ese el lugar que realmente existe. El cemento y la ciudad solamente son espejismos crueles que a veces no dejaban ver el espeso muro de los árboles, y de su silenciosa pero confiable quietud…
Y es que Catalina llegaba a su punto máximo de colapso. Marcos, su jefe, atosigándola como si fuese un animal de puerto, de esos que se resignan a comer lo que las sobras van dejando, con una carga encima que doblega su peso. Cada mandato comienza a herir en la piel como hierros al rojo vivo, que penetran profundamente en la dermis para hacer recordar la infinidad de cosas que se debía hacer. El humo del cigarrillo de su compañera de oficina, Susana, entrando cada vez más por sus ineludibles poros. Ese fatídico gas transparente que sube inexorable al cielo para ser parte de la contaminación que mantiene sumida a la ciudad en una olla de presión incalculable. El ruido de los automóviles. El rugido de los microbuses azotando la berma que poco a poco gime más fuerte al chirrido de los frenéticos neumáticos. El enorme rascacielos del cual ella es una ínfima parte, como un apéndice inexpugnable dentro de un sistema de polvo gris y somnoliento. Y el tiempo. El inevitable pasar de los segundos que el reloj de la pared va marcando; minutos, horas, siglos y milenios. Ya nada tiene diferencia en ese cubículo de dos por dos. Y Catalina allí, manteniendo como sea los ojos cerrados, con los puños apretados y el corazón enjuto, esperando por aquel viaje que sabe que cada vez que su vida está a punto de estallar, la puede salvar. Es el viaje indómito que la lleva a aquellos paisajes donde en vez de calles hay senderos de ramas pisadas y pasto recortado; en vez de humo hay una fragancia a selvamadre; en vez de ruidos, cánticos; en el lugar de los oscuros hombres en sus oscuros caminos hay luminosos espíritus en diáfanos itinerarios. Es su manera de sobrevivir. De traspasar aquella ruta rutinaria y desprenderse del alfombrado piso de su vida para viajar a ese lugar de ensueño que es su mente, donde ella día a día se predispone a recurrir cuando todo va a mil por segundo. Los temores va dejando atrás, al igual que las preocupaciones. Su vida torna en un giro al empacar sus dudas y ansiedades, para así alejarse sin ropajes a la señal de aquel lugar que sólo su mente puede brindarle. Y Catalina, silenciosamente y sin contarle a nadie, se invita a viajar a sí misma, para recorrer solitaria los parajes donde sabe con certeza que no estallará en mil pedazos. “Te invito a viajar”, suele repetir en un susurro prolongado justo en el instante que comienza a peder el control. “Vamos. Es hora”, se dice con una sonrisa en los endulzados labios. E inicia su eterno y discreto caminar.




Luis Bravo V.
[Cuento 1, canción “A viajar”, Denisse Malebrán, Maleza]

4 comentarios:

Luis Alejandro Bravo dijo...

Ojalá lo lean muchos :D
Saludos

Anónimo dijo...

" a viajar " woow q necesario...
para salir aveces de esta rutina :/ q cansa , agota , desespera y taantas veces te dan ganas de dejar todo ahi..
pero he aki la invitacion a viajar :)
q lindo ..
una vez mas felicitaciones
seco :P
besoos!
adios :)

Conociendo a una mujer dijo...

tu idea está buena!... ya quiero leer los otros cuentos O.O... un bezote y un abrazote drugo querido.. nos vemos mañana!... au revoir! (k)

misa dijo...

he viajado miles de veces, he viajado escapando de tus brazos que a veces me ahogan que a veces me duele amarte, he viajado, viajo tan lejos de ti tan lejos del amor que una vez nos unio, hoy creo que ni todas las lagrimas que he derramado podran revivir la flor que de pena murio.