miércoles, 31 de enero de 2007

La última apuesta de Floripa

Y Floripa decidió entonces que era suficiente. Fue justo en ese momento, no en otro, sólo ahí, cuando sintió el miedo de perderlo todo, de no poder dar vuelta atrás si seguía adelante, de no poder borrar todo como lo hacía cada mañana y empezar de nuevo. Fue ahí cuando levantó su brazo izquierdo mostrando la palma de la mano en señal de alto, miró a los ojos a sus adversarios y mostró que no podía seguir más. Carlos, impactado, dijo:
- ¡Qué! ¡Es que no puedes dejarnos ahora, hombre por Dios!
Cornelio, el del ojo malo, refunfuñó entre dientes y gruñó:
- Típica de marica, justo cuando la cosa se ponía buena dan un paso atrás.
Floripa sintió ganas de explicar porqué estaba cediendo. No cedía por ceder, sino porque si perdía el juego no sólo un par de billetes estarían en peligro. Y se ofendió.
Se ofendió descubrir que sus amigos de toda una vida se enojaban con él porque se iba a retirar. Recordando bien, ¿cuándo Floripa se había retirado del juego? ¡Nunca! Se mantenía siempre constante, el más leal de los participantes, a costa de cualquier cosa para permanecer en la apuesta. Y a veces ganaba y a veces perdía. Pero cuando perdía... perdía mucho.
En aquel momento, Floripa recordó todo. Las imágenes llegaron en tropel a su cabeza y sintió ganas de arrancarse el cuero cabelludo para poder sacar su cerebro y freírlo como un pescado fétido. Recuerdos, memorias, todo fue tan claro. Y lo embargó una pena, una espantosa y agobiante pena que se sentía en cada poro de su arrugada piel, en cada pelo de su blanca cabellera, en cada célula de su organismo aviejado, en todo, en todo su ser. Y supo entonces. Lo imbécil que había sido.
Floripa había perdido, primero, su televisor por las apuestas con sus amigos. Jugaban brisca, dominó, carioca, escoba, todo juego servía. Amelia, su mujer de toda la vida, lo regañó como nunca. ¡El televisor que con tanto esfuerzo habían comprado! Y bueno, Floripa decidió no jugar más, pero sus buenos amigos lo incitaron. Y éste cedió. Luego de perder algunos billetes, y como nunca él tenía suficiente dinero, perdió en una apuesta de dominó el equipo de música de su hija. Amelia esta vez lo golpeó, pues su hija no paró de llorar. Desde ahí, Floripa se prometió nunca más apostar. Qué equivocado estaba.
Apostó su cama, su velador, ropa, sus Ray-ban, su reloj, ropa de su mujer, alfombras, cuadros y adornos. Amelia lo dejó solo, se fue con sus tres hijas a vivir con su madre. ¿Y Floripa? Perdido en el mar de las apuestas, obviamente si timón ni timonel. Luego perdió su bicicleta, y fue tanta su ambición perdió su auto. Ya sin nada, y creyendo que la suerte estaba de su lado, perdió su casa. Se fue a vivir donde Cornelio, el de un solo ojo, y desde allí siguió apostando. Perdió su trabajo por pasar todo el tiempo en el bar "Las lunas de Venus", un prostíbulo de Valparaíso donde en una mesa apartada hacían sus apuestas. Fue entonces, viendo que no tenía qué jugar, apostó a su mujer. Y perdió. Amelia puso una demanda y por suerte no pudo ser reclamada por el supuesto ganador. Un día, Floripa apostó la última ropa que le quedaba, y también perdió. Tuvo que usar ropa de su amigo Cornelio. Floripa estaba en el borde del precipicio, y sólo faltaba un suceso como el que pasó aquella noche para que saltara...

-¡Pero no te puedes retirar, hombre! Nunca lo has hecho - reclamó Carlos, golpeando la mesa y haciendo vibrar los vasos con pisco y gaseosa.
- No tienes nada que perder - dijo Dano, el hombre más viejo de los cuatro.
- Ya has perdido todo, ¿qué más da que pierdas lo que acabas de apostar? - dijo Cornelio.

Y es que Floripa, en aquella noche, había apostado su vida.


El viento soplaba fuerte y el puerto estaba muy oscuro ya entrada la noche. La música venía de un bar llamado "Las lunas de Venus", donde prostitutas y homosexuales hacían su agosto. Dentro, en una mesa, un hombre tenía el brazo izquierdo levantando mostrando su palma de la mano en señal de alto. Sus compañeros de mesa lo miraban atónito. De pronto, el hombre del brazo alzado se levantó de la mesa. Sin creerlo y con una lágrima en su arrugada mejilla, caminó lentamente hacia la salida. El viento le secó esa lágrima al salir, y él se dirigió a la quebrada Aciaga, a un lado del puerto. Subió silencioso hasta llegar a la cima. Sus tres compañeros de mesa salieron a ver qué sucedía y comprendieron.
- Ha perdido todo - dijo uno que le faltaba el ojo derecho.
Sobre la cima de la quebrada se escuchó en el aire "No arriesgaré lo único que me queda. Si la pierdo será porque yo quiero perderla".
Unos chillidos de gaviotas rompieron el silencio de la noche porteña, cuando un hombre caía vertiginosamente desde lo alto e irrumpía donde éstas estaban durmiendo.




Cuento N° 1: "La última apuesta de Floripa", por Draco.



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Ceder no es perder.
C.V.

1 comentario:

Anónimo dijo...

weno pa ser bien sincero, no lo lei entero wey... esk a estas horas cmo q da un poco de paja
pero fui leyendo trocitos asi cmo saltao y esta bien chido mi pana
tenis talento :D

te seguire visitando
nos vemos ojala el jueves

:D