sábado, 2 de junio de 2007

La extraña sonrisa de Mariana


Mariana no era una niña cualquiera. Sus ojos, la piel bañada por el sol, su pelo abundante y sus grandes orejas eran unos simples rasgos diferentes. Pero lo que de verdad hacía a Mariana diferente era su extraña y singular sonrisa. Cada vez que saltaba la cuerda, o jugaba a las escondidas, o trepaba algún austero árbol, un movimiento singular recorría su cara y transformaba su boca. Cuando Mariana reía todo el mundo cambiaba. Las nubes bajaban a regar el pasto; las estrellas se caían a nadar en los ríos; el sol venía a perseguir golondrinas y el viento se instalaba a rodar en el césped. Todo giraba en torno a la niña cuando esa pequeña y delicada boca se abría para dar paso a la más variada gama de fantasías que eran sus dientes, cada segundo e instante que duraba su risa era como si las horas anduvieran más deprisa y sin ritmo ni compás. Los bosques corrían y las casas lloraban. El agua se escabullía y el fuego se petrificaba. Cada partícula de aire se transformaba en nieve y las flores se volvían caramelos amargos. El movimiento era alternado y el silencio se prolongaba en un bullicio eterno. Todo pasaba cuando ella, la niña Mariana, al saltar la cuerda, reía, y mostraba que con su sonrisa el mundo no era más que una gran pelota de plastilina.

Luis Bravo

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