domingo, 24 de junio de 2007

La mujer del retrato [Parte I]

Alzó su mirada y al comienzo no lo vio. La oscuridad se hacía cada vez más densa y las sombras se movían por las paredes. La luz de la ampolleta escasamente alumbraba una pequeña aureola entorno a ella, y el resto del sótano se mantenía sumido en penumbras. Se topó con un gran mueble de madera, cubierto de una manta de polvo seco, quieto, crujiente. Trató de moverlo pero era muy pesado para sus delicados y finos brazos. Decidió dejarlo ahí y seguir con la búsqueda de su diario de anotar la vida; sabía que no lo había dejado dentro de algún mueble, sino dentro de una caja de cartón, una caja repleta con pinturas, pinceles y telas. Una caja de dibujo. Ahí, sobre los tarros con pinturas y diluyentes, yacía su diario. El problema era que había olvidado dónde estaba aquella caja, y más aún, no recordaba si existía todavía, pues tal vez en un descuido y en esos ataques de limpieza que le daban a Marco temporalmente se había escabullido entre los desperdicios y había ido a dar al camión de la basura para luego ser olvidado en algún basural. Si así hubiese ocurrido, habría sido muy lamentable. Sabía que parte de su vida estaba dentro de aquél diario: muchas anotaciones y escritos reflejaban una edad muy especial para ella, y deseaba releer lo que había sido la Amanda antigua. Vio unas cajas, pero al constatar su interior se defraudó. Era la loza de la tía Jacobina. Siguió buscando, encima de estantes y debajo de mesas, sin darse cuenta que caminaba en círculos. Pasaba por un lugar reiteradas veces, y llegó un momento cuando notó que la luz era demasiado escasa. Subió las escaleras y salió del sótano, para ir en busca de una linterna. Cuando volvió, comenzó nuevamente el recorrido por aquel lugar tan sombrío. Había telarañas en cada esquina, un polvo asfixiante en el aire, nidos de bicharracos. Deseó haber llevado un pañuelo para taparse la cara. Sufría de alergia muy fácilmente, y con tanta suciedad sabía que en cualquier momento comenzaría a estornudar y no pararía. Siguió recorriendo cada recoveco de aquel sótano olvidado, cuando por un capricho de su mano izquierda la linterna enfocó una cara, un rostro humano que le devolvía la mirada tenazmente. Y fue entonces cuando recién lo vio. Y quedó paralizada.
Posado en la muralla gris y fría del sótano yacía el más perfecto retrato que Amanda viese en su vida. No pudo despegar la vista durante varios minutos, mirando como hipnotizada cada detalle del cuadro. Y no lo podía creer. En él había una mujer, desnuda y ligera posada sobre una manta de seda. Los brazos cruzaban la cabeza y el cabello caía sobre los hombros hojas de sauce. El color azabache del pelo contrastaba con la blanca piel de sus muslos. Los senos eran como dos duraznos expectantes, frágiles pero a la vez firmes en sus sitios; las caderas bailaban sobre las piernas anchas y abundantes. El vientre temblaba, y el ombligo reposaba tímido en él. Amanda miraba fijamente y no podía dejar de sentir una terrible atracción por el retrato. Recorría cada rincón dibujado, hasta llegar al rostro. El rostro era sereno, pero a la vez inquietante. La mirada quería decir algo: ojos grandes como las avellanas miraban fijo y escondían algún mensaje cifrado. Los labios entreabiertos sospechaban un susurro claro. Las mejillas estaban un poco ruborizadas, la nariz en perfecto orden y un mentón delicado. La expresión era relajada, pero Amanda no lograba entender porqué la intimidaba tanto. Por ese era el efecto del cuadro sobre la mujer. Intimidación desde lo más profundo. En un momento se percató que babeaba anonadada, y huyó despavorida por las escaleras.

2 comentarios:

Francisco. dijo...

Saludos, estimado.

me gusto mucho lo que escribiste...

=)

ta muy piola.

na pos man, mejorate rapido para

que vuelvas a prisión.

Cuidate

PAZ

Adios

confesionesdeinvierno dijo...

Holas...
Muy bueno lo que esta escrito...
Sefinitivamente dedicate a ser escritor...

jajaj
Ya cuidate
Nos vemos