martes, 2 de febrero de 2010

Año


Año


Todo comenzó el primero de enero, a las cero horas y un segundo.
Aníbal sintió dos escalofríos recorrer su espina dorsal y eso le brindó tranquilidad: para cuando el próximo segundo del año llegó, pudo abrir los ojos y contemplar los cuerpos que lo rodeaban. Eran pueriles. Mansos. Estaba la Negra, que al ritmo de la música, hacía culebrear su vientre de arriba abajo. A su lado, Daniel se dejaba hipnotizar por sus pechos, visibles tras la translúcida blusa. Intentaba seguir el beat de los sonidos, pero estaba más concentrado en la Negra. Ella sudaba, a pesar del frío, y él se calentaba.
Aníbal de pronto escuchó a Cata.
– ¡Paren la música, cabrones! ¡Párenla! ¡Se nos pasó el año nuevo y no nos dimos los abrazos!
Aníbal sonrió ante la inocencia de Cata, pero no dijo nada, pues entendía lo cursi que era para los ritos sociales importantes, y si quería detener la fiesta para abrazarse unos con otros, la dejaría. Esta vez no pondría resistencia.
– ¡No nos dimos ni cuenta! – rió la Negra.
La música se detuvo sin más y todos dejaron de bailar y empezaron a repartir abrazos a los que estaban más cerca. Aníbal, tirado sobre un sillón que jamás olvidaría, comenzó a reír a carcajadas de lo ridículo que resultaba la escena. Todos tan necios, tan comunes. Vibró al máximo con su risa y se sintió feliz por unos pocos segundos. Ahí estaba él y nada andaba mal, ni siquiera el hecho de que tendría que mamarse abrazos inventados con saludos fingidos. Nada más pintoresco. El estómago le dolía de tanto reírse y el licor de su vaso le salpicó encima.
– Mierda… – dijo.
Lo dejó a un lado y contempló la desgracia: ahora andaría pasado a ron con Coca Cola toda la noche, que recién comenzaba. Intentó incorporarse pero Cata de repente se le tiró encima, aplastándolo contra el plástico que cubría los cojines. Sintió su figura de adolescente tierna encajar sobre sí, y cruzó sus brazos alrededor de su cintura escueta. El olor a vainilla le hizo sentir renovado y corrió el rostro para poder inhalar oxígeno.
– ¡Feliz año, Cárcamo! – gritó ella muy cerca de su oreja. Aníbal respondió con sonidos alternados e intentó correrse a un lado. Cata, ya algo borracha, se incorporó a tropiezos y continuó buscando amigos.

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